n El andar de los encapuchados por Guadalajara


Su propia presencia y la palabra, arma de los delegados zapatistas

Ramón Vera Herrera, enviado, Guadalajara, Jal., 16 de marzo n Tres retratos. Cuando uno piensa en el asunto del libre tránsito, uno invoca leyes, códigos, reglamentos. Si nos atenemos a todas estas normas, en este caso paraguas que debían proteger derechos fundamentales, no existe obstáculo alguno para que los delegados y delegadas zapatistas circulen por todo el país como les dé la gana. Los funcionarios que, por turnos, responden como si el gobierno fuera suyo, insisten a coro, al unísono: ''Siempre y cuando viajen desarmados''. Sí, desarmados. Así van (en el sentido literal) y se enfrentan a un reto nada despreciable: su condición de indígenas, su condición de anónimos, su condición de zapatistas encapuchados o empaliacatados. Tres pecados que la gente que cree en TV Azteca o en casi todo Televisa no perdona fácilmente.

Atisbemos unos incidentes que nos muestran cómo la más impresionante arma de los zapatistas es la propia presencia, la palabra que sí guarda relación con los hechos, la sorpresa de demostrar que se puede transitar por el país, por los huecos que el poder les niega a los sin rostro.

Si algo tiene de valor la consulta es que demuestra que no hay problema, por grande que sea, al que no se le pueda dar la vuelta. Que no hay camino o nivel que no se pueda transitar pese al poder, pese al odio.

Uno

Dos delegados zapatistas (encapuchados por cierto) abordan a las 7:30 horas un taxi en la ciudad de Guadalajara con una afable guía que los acompaña a una entrevista radiofónica. La cita es en una de las estaciones comerciales de la capital jalisciense.

Tras las sorpresas iniciales, el taxista maneja con más cautela, pero con más velocidad que de costumbre, voltea de tanto en tanto, nervioso como va, a verlos por el espejo. Se anima a veces a escurrir alguna pregunta. Y, a qué vinieron por acá, o cuánto tiempo van a andar en Guadalajara. Le faltó decir, y con razón, qué calor está haciendo, compas.

Lo cierto es que ante la afabilidad y la bonhomía de los delegados, el taxista sorprendió a su vez a la guía porque cuando le preguntaron ¿cuánto es? y sacaron billetes para pagarle, cobró bastante menos; dijo: ''Pues que sean diez pesitos, y que les vaya muy, muy bien''.

Dos

Algunos trabajadores del periódico Mural, de Guadalajara, se habían apuntado para tener un encuentro con los zapatistas. Decidieron que no tenían por qué ocultar el encuentro y se llevaron a varios delegados visitantes a un concurrido café en una de tantas plazas comerciales.

Llegaron, se sentaron, la gente de las mesas vecinas de nuevo no sabía qué decir y menos qué hacer, pero los guías y acompañantes siguieron la travesura.

A los pocos minutos aparecieron los cuicos, los que creen ser representantes del orden, y luego luego a molestar. ''Quiénes son estas personas. Qué vienen a hacer aquí. Aquí no pueden estar así cubiertos. Identifíquense. Tendrán que retirarse. Aquí no queremos alguien como ustedes'' ­y variantes por el estilo.

Los zapatistas, divertidos, a punto de contestar (porque así como calladitos o asustados no son) escucharon a sus acompañantes replicar: ''¿Qué, creen que no vamos a pagar?, ¿a quién molestamos?, enséñennos en dónde dice que no pueden estar aquí, qué ley estamos violando'', o ya directo, ''ustedes son los que están haciendo un incidente, si nosotros venimos bien tranquilos; aquí andamos platicando nomás con los compas. Están de visita, pues, háganse pa'llá''.

Entonces, los de la mesa vecina y de otras más del café intervinieron. Les dejaron bien claro a los cuicos que no iban a permitir que los sacaran, que más bien les daba gusto que los zapatistas estuvieran ahí, que así les podían preguntar varias cosas, y no pararon hasta que la autoridad se fue, con rechifla y todo, a molestar a otros que sin el refugio del pasamontañas ni la popularidad detrás, no tuvieran a flor de labios los argumentos ni la fuerza moral para enfrentar los designios de "la superioridad".

Tres

Una señora de Guadalajara, de muy buenas costumbres y prestigio social, alguien que no podría ser sospechosa de antitapatía, comentaba enérgica en uno de tantos convivios en La Perla de Occidente: ''No, cállense la boca, si aquí mis paisanos a la hora de la verdad luego son bien asustones. 'Ay Jalisco no te rajes', pero lo repiten para que no vaya a pasar. Les caen bien o les pueden caer bien los zapatistas, pero que no nos vean con ellos. Los queríamos invitar a nuestro barrio pero mejor no, mejor nada más hacemos la consulta, total, para qué nos ponemos en entredicho. Qué bueno que vengan y todo, pero qué va a pensar de mí la gente, que yo también ando de guerrillero, que soy el contacto aquí en Jalisco", así dicen y no es sólo racismo. Es puro miedo a lo poco acostumbrado. O sabe, que será.